viernes, 13 de mayo de 2016

¿Cómo influyen las actitudes sobre el comportamiento? Intenciones, deseo y acción Comprender cuándo las

Comprender cuándo las actitudes influyen sobre el comportamiento es un tema importante. Pero, como destacamos en la Capítulo 1, los psicólogos sociales están interesados no sólo en el cuándo sino también en el porqué y en el cómo del pensamiento y la conducta social. Por tanto, no debería sorprender que los investigadores también hayan intentado comprender cómo las actitudes influyen sobre la conducta. Los trabajos sobre estos temas apuntan a la conclusión de que, en realidad, existen varios mecanismos básicos a través de los cuales las actitudes moldean la conducta. ACTITUDES, PENSAMIENTO RAZONADO Y COMPORTAMIENTO. El primero de estos mecanismos opera en situaciones en las cuales pensamos de manera cuidadosa e intencionada sobre nuestras actitudes y sus implicaciones para nuestra conducta. Una comprensión acerca de la naturaleza de este proceso es proporcionada por la teoría de la acción razonada (y una versión posterior de este enfoque, conocida como la teoría de la conducta planeada), propuesta por Ajzen y Fishbein (1980, Ajzen, 1991). Esta teoría sugiere que la decisión de implicarse en una conducta particular es el resultado de un proceso racional que está orientado hacia la meta y que sigue una secuencia lógica. En el mismo se consideran las opciones de la conducta, se evalúan las consecuencias o resultados de cada una y se llega a una decisión de actuar o no. Esta decisión se refleja en las intenciones conductuales, las cuales de acuerdo con Fishbein, Ajzen y muchos otros investigadores, son a menudo fuertes predictores de cómo actuaremos en una situación dada (Ajzen, 1987). Según esta teoría, las intenciones están, a su vez, determinadas por dos factores: por las actitudes hacia la conducta —evaluaciones positivas o negativas de ejecutar la conducta (si piensan que generará consecuencias positivas o negativas)–– y por las normas subjetivas —percepción acerca de si otros aprobarán o desaprobarán esta conducta. La teoría de la conducta planeada (la cual es básicamente una extensión o refinamiento de la teoría de la acción razonada), incorpora un tercer factor: el control conductual percibido —la valoración de cada uno sobre su habilidad para ejecutar la conducta—. Quizás un ejemplo específico ayudará a ilustrar la naturaleza razonable de estas ideas (véase Figura 4.9). Imagina que una estudiante está considerando hacerse un piercing —por ejemplo, ponerse un pendiente en la nariz—. ¿Realmente lo hará? De acuerdo con Ajzen y Fishbein la respuesta depende de sus intenciones y éstas, a su vez, estarán fuertemente influidas por los factores antes mencionados. Si la estudiante cree que hacerse el piercing no será doloroso y que le hará verse más atractiva (ella tiene una actitud positiva hacia dicha conducta), que las opiniones de la gente que ella valora aprobarán esta acción (normas subjetivas) y que ella puede fácilmente hacerlo (ella conoce a un experto en hacer piercings), sus intenciones para realizar esta acción serán fuertes. Por otra parte, si ella cree que hacerse el piercing será doloroso y que no mejorará mucho su apariencia, que sus amigas lo desaprobarán y que tendrá problemas en encontrar un experto para hacerlo de manera segura, entonces sus intenciones para llevar un pendiente en la nariz serán débiles. Estas dos teorías (acción razonada y conducta planeada) han sido aplicadas para predecir la conducta en muchas situaciones con un gran éxito. Por ejemplo, han sido empleadas para predecir las intenciones conductuales de usar varias drogas tales como la marihuana, el alcohol y el tabaco (por ejemplo, Morojele y Stephenson, 1994; Conner y McMillan, 1999). Estudios más recientes sugieren que estas teorías son útiles prediciendo si los individuos usarán éxtasis, una droga muy peligrosa que ahora es usada por un creciente número de personas jóvenes entre los quince y veinticinco años. Por ejemplo, consideremos el estudio realizado por Orbell y sus colegas (2001). Se pusieron en contacto con varios jóvenes en distintos lugares y les pidieron que contestaran un cuestionario diseñado para medir (1) su actitud hacia el éxtasis (es decir, ¿es agradable o desagradable esta droga?, ¿produce placer o no?, ¿es beneficiosa o dañina?, etc.); (2) su intención de usarla en los próximos dos meses; (3) las normas subjetivas (si sus amigos aprobarían su uso); y (4) dos aspectos de control percibido sobre el uso de esta droga —si podían obtenerla y si podían resistirse a tomarla si alguien la tuviese—. Dos meses después, las mismas personas fueron contactadas y se les preguntó si ellos en realidad la habían tomado («¿Cuántas pastillas de éxtasis te has tomado en los últimos dos meses?»). Los resultados indicaron que las actitudes hacia el éxtasis, las normas subjetivas y el control percibido sobre usarla fueron todos predictores significativos de la intención de uso de esta droga. Más aún, las actitudes, las normas subjetivas y las intenciones fueron predictores significativos de su uso actual. Por tanto, en general, los resultados fueron consistentes con las teorías de la acción razonada y de la conducta planeada e indicaron que las variables identificadas por estas teorías son muy útiles en predecir si personas específicas tomarán o no esta peligrosa droga.
ACTITUDES Y REACCIONES INMEDIATAS DE COMPORTAMIENTO. Las dos teorías descritas anteriormente son adecuadas en situaciones en las cuales tenemos la oportunidad de reflexionar cuidadosamente acerca de varias situaciones. Pero, ¿qué sucede en las situaciones en que debemos actuar rápidamente, por ejemplo, si otra persona se salta el orden de la fila y se coloca justo delante de ti? En tales casos, las actitudes parecen influir sobre la conducta de una manera más directa y automá- tica. De acuerdo con una teoría, el modelo del proceso ‘de-la-actitud-a-la-conducta’ (Fazio, 1989; Fazio y Roskos-Ewoldsen, 1994)- el proceso transcurre más o menos de la siguiente manera: algún evento activa una actitud; la actitud, una vez activada, influye sobre nuestras percepciones del objeto de la actitud. Al mismo tiempo, nuestro conocimiento sobre lo que es apropiado en una situación dada (nuestro conocimiento de varias normas sociales —reglas que gobiernan la conducta en un contexto particular) es también activado (véase Capítulo 9). Juntos, la actitud y la información previamente almacenada acerca de lo que es apropiado o esperado, moldean nuestra definición del evento. A su vez, esta percepción influye sobre la conducta. Veamos un ejemplo concreto. Imagina que alguien en verdad se pone por delante de ti en una fila, rompiendo el orden original para pagar en una tienda (véase Figura 4.10). Este evento activa tu actitud hacia la gente que realiza este tipo de conductas y, al mismo tiempo, tu comprensión de cómo se espera que la gente se comporte en las tiendas. Juntos estos factores influyen sobre tu definición (percepción) del evento, la cual puede ser «¿Quién se ha creído que es esta persona?, ¡qué atrevimiento!» o quizás, «Esta persona debe estar muy apurada o tal vez sea un extranjero que desconoce que las personas deben hacer una fila». Tu definición del evento, entonces moldea tu conducta. Los resultados de varios estudios apoyan este modelo, por lo que parece ofrecer una explicación útil de cómo las actitudes influyen sobre la conducta en algunas situaciones. En pocas palabras, parece que las actitudes afectan nuestra conducta a través de al menos dos mecanismos y que estos operan bajo condiciones diferentes. Cuando tenemos tiempo para pensar cuidadosa y razonadamente, podemos valorar todas las alternativas y decidir de manera intencionada cómo actuar. Sin embargo, bajo las condiciones frenéticas de la vida cotidiana, no disponemos de tiempo para pensar. "Video"

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