ASPECTOS DE LA SITUACIÓN: FACTORES QUE NOS DIFICULTAN EXPRESAR NUESTRAS
ACTITUDES. ¿Te has encontrado alguna vez ante esta situación? Estás en un restaurante
comiendo con un grupo de amigos y cuando llega la comida, hay algo mal
—por ejemplo, no es lo que pediste o la comida está fría—. Aun así cuando el camarero
pregunta, «¿Cómo está todo?» tú y todos en tu grupo contestan «Bien». ¿Por
qué no expresas tus verdaderas reacciones? Principalmente porque en Estados Unidos,
la mayoría de la gente es renuente a quejarse acerca de estos asuntos, especialmente
cuando se come con los amigos. Después de todo, quejarse colocaría una
nota negativa en lo que debería ser una situación agradable; y aparte, si te quejas
tendrías que esperar mucho tiempo para que la cocina corrigiera el error y terminarías
sentado allí observando a tus amigos comer mientras tú no tienes comida.
En este y en muchos otros contextos, las restricciones situacionales moderan la relación
entre actitudes y conducta: ellas impiden que las actitudes sean expresadas
en una conducta explícita (por ejemplo, Ajzen y Fishbein, 1980; Fazio y RoskosEwoldsen,
1994).
Los factores situacionales pueden influir en la relación entre actitudes y conducta
de otra forma más a tener en cuenta. Piensa por un momento: ¿a quién encontrarías
probablemente en una concentración contra la discriminación positiva? La respuesta
134 CAPÍTULO 4 / ACTITUDES www.ablongman.com/baronbyrne
ambivalentes son predictoras más débiles de
la conducta que las que no son ambivalentes.
Para ello pidieron a más de quinientos
empleados de hospitales expresar sus actitudes
hacia llevar una dieta baja en grasas
(sentimientos tanto positivos como negativos
hacia esta acción) y sus intenciones para
hacerlo. Cinco meses después, estas personas
completaron los mismos cuestionarios
y también indicaron si en realidad habían
seguido una dieta baja en grasas durante el
período señalado. Por último, tres meses
después de la segunda sesión, los participantes
expresaron nuevamente sus actitudes,
intenciones y conducta.A partir de las
actitudes expresadas hacia la dieta baja en
grasas los participantes fueron divididos en
dos grupos: aquellos con una actitud
ambivalente y los que mostraban una actitud
no ambivalente (es decir, aquellos que
tenían actitudes tanto positivas como
negativas sobre dicha dieta y aquellos que
tenían sólo sentimientos positivos o sólo
sentimientos negativos hacia ella). Los
investigadores predijeron que las actitudes
ambivalentes serían un predictor más débil
de la conducta real (seguir o no la dieta) que
las actitudes no ambivalentes y esto es precisamente
lo que sucedió.
En pocas palabras, los desconcertantes
resultados reportados por LaPiere (1934)
fueron sustituidos más tarde por una investigación
más sofisticada. Bajo ciertas condiciones
—por ejemplo, cuando no son
ambivalentes— las actitudes de hecho predicen
la conducta.Ahora revisaremos con
más detalle cuáles son estas condiciones
(es decir, otros factores que determinan la
influencia de las actitudes sobre el comportamiento
y en qué medida lo hacen).
Pero el punto principal de nuestra expresión
debe quedar claro: los psicólogos
sociales han hecho un gran progreso en
relación a la meta de comprender el vínculo
entre actitudes y conducta; esto, a su
vez, es uno de los temas centrales para
comprender las actitudes y su rol en nuestras
vidas. PSICOLOGÍA SOCIAL: TREINTA AÑOS DE PROGRESO (CONTINUACIÓN)
es clara: la mayoría de la gente presente en tales reuniones serían fervientes oponentes
de las medidas de discriminación positiva. El mismo principio sirve para
muchas otras situaciones y esto apunta a un hecho importante: En general, tendemos
a preferir situaciones que nos permiten expresar nuestras actitudes con nuestro
comportamiento. En otras palabras, a menudo escogemos participar en
situaciones en las cuales lo que decimos y lo que hacemos coincide (Snyder y Ickes,
1985). De hecho, dado que los sujetos tienden a escoger situaciones en las cuales ellos
pueden involucrarse en conductas consistentes con sus actitudes, las actitudes en
sí mismas pueden ser fortalecidas por su expresión explícita y así convertirse en
mejores predictores de la conducta (DeBono y Snyder, 1995). En suma, la relación
entre actitudes y situaciones puede ser una calle de dos sentidos. Las presiones situacionales
moldean la medida en que las actitudes pueden ser expresadas en acciones
explícitas, pero además las actitudes determinan si los individuos participan en diversas
situaciones. Para comprender la relación entre actitudes y conducta debemos
entonces considerar cuidadosamente ambos conjuntos de factores.
Cuando fui profesor asistente por primera vez, al final de la década de los sesenta, la psicología social estaba experimentando una grave crisis. Por décadas, las actitudes habían sido uno de los conceptos centrales del campo y mucha de la investigación había sido realizada para estudiar cómo se formaban las actitudes y cómo podían ser cambiadas. En todo este trabajo estaba implícita la creencia de sentido común de que las actitudes constituyen un importante determinante de la conducta. No obstante, al final de la década de los sesenta, muchos estudios parecían apuntar a una conclusión muy diferente: el vínculo entre actitudes y conducta era en realidad muy débil. Por tanto, conocer la actitud de alguien no era de mucha utilidad para predecir su conducta explícita. Probablemente en muchas ocasiones habrás experimentado una diferencia entre tus propias actitudes y tu conducta. Por ejemplo, ¿qué dices cuando uno de tus amigos te muestra una nueva posesión de la cual está muy orgulloso (un coche nuevo, unos vaqueros u otra cosa) y te pide tu opinión? Imagina que piensas que es realmente feo, ¿dirías tu opinión? Quizás. Pero existen más probabilidades de que intentes evitar herir los sentimientos de tu amigo diciendo que sí te gusta. En tal caso —y en muchas otras situaciones— existe una gran brecha entre nuestras actitudes y nuestro comportamiento. Resulta igualmente claro, sin embargo, que nuestras actitudes a menudo ejercen importantes efectos sobre nuestra conducta; después de todo, piensa las muchas veces en que tus reacciones hacia la gente, las ideas o los temas moldean tus acciones referentes a estos aspectos del mundo social. Por ejemplo, si te gusta la pizza pepperoni pero no te gusta la de anchoas, ¿cuál pedirías? De manera similar, si tienes una postura política conservadora, probablemente des tu voto a los partidos de derechas u otros candidatos que compartan tu punto de vista, mientras que si tienes una postura progresista, probablemente des tu voto a los de izquierdas o a otros grupos políticos progresistas. Reconociendo este hecho, la investigación más reciente de los psicólogos sociales se ha centrado en la pregunta «¿Cuándo y cómo las actitudes influyen sobre el comportamiento?, más que intentar dar respuesta a la pregunta «¿ejercen las actitudes tales efectos?». Los resultados de estas investigaciones son muy reveladores y también esbozan una imagen mucho más alentadora relativa a la posibilidad de predecir la conducta de las personas a partir de sus actitudes. Antes de ir a los detalles de tales investigaciones, ilustraremos en una de nuestras secciones especiales
PSICOLOGÍA SOCIAL: TREINTA AÑOS DE PROGRESO el importante progreso realizado por los psicólogos sociales en la comprensión del vínculo entre actitudes y conducta.
¿Cuándo las actitudes influyen sobre el comportamiento? Especificidad, fuerza, accesibilidad y otros factores Continuando con nuestro tema principal nos centraremos ahora en varios factores que determinan la medida en que las actitudes influyen sobre la conducta. Como pronto veremos, estos incluyen aspectos de las situaciones en las cuales las actitudes son expresadas y aspectos de las actitudes mismas. Después de considerar estos factores, examinaremos cómo las actitudes influyen sobre la conducta —los mecanismos subyacentes implicados en esta importante relación.
ASPECTOS PROPIOS DE LAS ACTITUDES. Años atrás, fui testigo de una situación extraordinaria. Una gran compañía maderera había firmado un contrato con el gobierno que permitía a la compañía cortar los árboles de un parque nacional. Algunos de los árboles destinados a convertirse en cercas de jardines eran ancianos gigantes de cientos de metros de altura. Un grupo de conservacionistas objetaron fuertemente el talar estos árboles majestuosos y rápidamente se movilizaron para bloquear esta acción. Ellos se tomaron de las manos y formaron un anillo humano alrededor de cada uno de los grandes árboles impidiendo, por tanto, que los talaran (véase Figura 4.8). La táctica funcionó: se publicó tanto la noticia que el contrato fue revocado y los árboles fueron salvados —al menos temporalmente.
¿Por qué las personas tomaron esta acción tan drástica? La respuesta es clara: ellos estaban apasionadamente comprometidos con salvar los árboles. En otras palabras, tuvieron actitudes que fuertemente afectaron su conducta. Incidentes como este no son extraños. Por ejemplo, los residentes de mi barrio tuvieron una reunión hace dos años para impedir la construcción de una industria de locomotoras a menos de 2 km de nuestras casas; el estado de ánimo se caldeó y por mucho tiempo pensé que la gente a favor y en contra de la industria se iría de las manos. Incidentes como este llaman la atención al hecho de que la relación entre actitudes y conducta está fuertemente determinada (moderada) por varios aspectos propios de las actitudes. Consideremos varios de los más importantes. Orígenes de las Actitudes. Uno de tales factores tiene que ver con cómo las actitudes son formadas en el primer momento. Importantes evidencias indican que las actitudes formadas a través de la experiencia directa a menudo ejercen mayores efectos en la conducta que las formadas indirectamente. Aparentemente, las actitudes formadas a través de la experiencia directa son más fáciles de recordar y esto incrementa su impacto en la conducta. Fuerza de la Actitud. Otro factor —claramente uno de los más importantes— implica lo que se conoce como la fuerza de las actitudes. Cuanto más fuerte sean las actitudes, mayor será su impacto en la conducta (Petkova, Ajzen y Driver, 1995). Sin embargo, el término fuerza incluye varios factores: cuán extrema es una actitud o su intensidad (esto es cuán fuerte es la reacción emocional provocada por el objeto de la actitud); su importancia (la medida en que un individuo se preocupa a conciencia por la actitud y está personalmente implicado con ella); el conocimiento (cuánto sabe el individuo acerca del objeto de la actitud); y la accesibilidad (con qué facilidad se recuerda la actitud ante varias situaciones; Petty y Krosnick, 1995). La investigación indica que todos estos componentes juegan un rol en la fuerza de la actitud y que todos ellos se encuentran relacionados (Krosnick et al., 1993). Tan importante es la fuerza de la actitud en determinar la medida en que las actitudes están relacionadas con la conducta que es importante examinar con más detalle algunos de sus componentes (Kraus, 1995). Nos centraremos primero en la importancia de la actitud —la medida en que un individuo se preocupa por la actitud (Krosnick, 1988). Uno de los determinantes claves de dicha importancia es lo que los psicólogos sociales llaman interés concedido —la medida en que la actitud es personalmente relevante para el individuo que la posee, o la medida en la que el objeto o tema al cual se refiere tiene consecuencias importantes para esta persona—. Los resultados de muchos estudios indican que mientras mayor sea el interés concedido, mayor será el impacto de la actitud en la conducta (por ejemplo, Crano, 1995; Crano y Prislin, 1995). Por ejemplo, en un estudio muy conocido sobre este tema (Sivacek y Crano, 1982) se les preguntó por teléfono a los estudiantes de una universidad si participarían en una campaña en contra de incrementar la edad mínima legal para el consumo de alcohol, de dieciocho a veintiún años. Se pensó que los estudiantes que se verían afectados por esta nueva ley —aquellos de edades menores a los veintiuno— tendrían un mayor interés concedido a este tema que aquellos que no se vieran afectados por la ley (porque ya tenían veintiuno o los tendrían antes de que la ley tuviera efecto). Por tanto, se predijo que los del primero de los grupos estarían más de acuerdo en participar en un mitin que los del segundo grupo. Esto es lo que sucedió exactamente: más del 47 por ciento de los que habían concedido un alto interés al tema accedieron a tomar parte en la campaña, mientras que sólo lo hizo un 12 por ciento del grupo que había concedido un interés bajo. Una investigación más reciente realizada por Crano (1997) aporta evidencias a la conclusión de que el interés concedido de hecho condiciona fuertemente la relación entre actitudes y conducta ––que este vínculo es mucho mayor cuando el interés concedido es más alto que cuando es menor—. En esta investigación, Crano encontró que cuando la más gente esperaba ser afectada por la reserva de plazas para alcanzar el balance racial en las escuelas, más fuertemente sus actitudes hacia la reserva de plazas predecirían una importante forma de conducta: a qué candidato darían su voto para una elección presidencial (un candidato favorecería la reserva de plazas y el otro estaba en contra).
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