C uando al principio presentamos las preguntas de si y en qué medida las actitudes y la conducta se encuentran relacionadas, destacamos que en muchas situaciones existe una gran diferencia entre lo que sentimos en nuestro interior (reacciones positivas o negativas a algunos objetos o temas) y lo que mostramos al exterior. Por ejemplo, tengo un vecino que recientemente compró un gran coche todoterreno. Yo tengo una actitud negativa muy fuerte hacia este tipo de vehículo tan grande porque consumen mucho combustible, contaminan, bloquean mi visibilidad cuando conduzco con uno delante y son, en términos generales, sinceramente un desperdicio (casi nadie de quienes tienen uno lo conducen fuera de carreteras). Pero cuando mi vecino me preguntó si me gustaba su nuevo vehículo, tragué saliva y dije, «Bonito, muy bonito» con todo el entusiasmo que pude demostrar. Él es un vecino muy bueno que cuida de mi casa cuando estoy fuera y no quería ofenderlo. Pero ciertamente me sentí muy mal cuando pronuncié estas palabras ¿Por qué? Porque en esta situación mi conducta no fue consistente con mis actitudes y esta es una situación desagradable para la mayoría de nosotros. Los psicólogos sociales denominan a esta reacción negativa que experimenté disonancia cognitiva —un estado desagradable que sucede cuando nos damos cuenta de que varias de las actitudes que tenemos, o nuestras actitudes y nuestra conducta son de alguna manera inconsistentes. Como probablemente sabes a partir de tu propia experiencia, la disonancia cognitiva ocurre en nuestra vida diaria con mucha frecuencia. Cuando dices cosas que tú no crees en realidad (por ejemplo, alabar algo que realmente no te gusta para ser cortés), cuando tomas una difícil decisión que requiere que rechaces una alternativa que encuentras atractiva o cuando descubres que algo en lo que has invertido mucho esfuerzo o dinero no es tan bueno como esperabas, probablemente experimentes disonancia cognitiva. En todas estas situaciones, existe una diferencia entre tus actitudes y tus acciones y tales diferencias nos hacen sentir bastante mal. Aún más importante para el presente enfoque es que la disonancia cognitiva puede conducirnos a cambiar nuestras actitudes —de manera que sean consistentes con otras actitudes que tenemos o con nuestra conducta explícita—. Dicho de otra manera, debido a la disonancia cognitiva y a sus efectos, algunas veces cambiamos nuestras propias actitudes, incluso en ausencia de presiones externas fuertes.
Disonancia cognitiva: ¿qué es y cuáles son las maneras (directas e indirectas) de reducirla? La teoría de la disonancia, como acabamos de señalar, comienza con una idea muy razonable: a la gente no le gusta la inconsistencia y se sienten incó- modos cuando esto ocurre. En otras palabras, cuando notamos que nuestras actitudes y nuestra conducta no se corresponden entre sí, o que dos actitudes son inconsistentes, nos encontramos motivados a hacer algo para reducir la disonancia. ¿Cómo podemos conseguir esta meta? En sus orígenes (por ejemplo, Aronson, 1968; Festinger, 1957) la disonancia se centraba en tres mecanismos básicos. Primero, podemos cambiar nuestras actitudes o nuestra conducta para hacerlas más consistentes entre ellas. Por ejemplo, considera el personaje de la Figura 4.15. Él cree que su plan es bueno, pero los números proporcionados por el asistente sugieren que esto no es así. ¿Cuál es el resultado? Él cambia su actitud hacia los números concluyendo que ¡deben estar mal! Los cambios como este son el resultado común de la disonancia cognitiva. Segundo, podemos reducir la disonancia cognitiva adquiriendo nueva información que apoye nuestras actitudes o nuestra conducta. Muchas personas que fuman, por ejemplo, buscan evidencia que sugiera que los efectos nocivos de este hábito son mínimos o sólo suceden en los casos de los fumadores empedernidos, o que los beneficios son mayores (reducir la tensión, controlar el peso corporal) que los costes (Lipkus et al., 2001). Por último, podemos decidir que la inconsistencia en realidad no nos importa; en otras palabras, nos podemos implicar en la trivialización —concluir que las actitudes o conductas no son importantes—, por tanto, alguna inconsistencia entre ellas no resulta significativa (Simon, Greenberg y Brehm, 1995). Todas estas estrategias pueden ser vistas como enfoques directos para reducir la disonancia: se centran en las discrepancias existentes entre la actitud y la conducta, las cuales están causando la disonancia. Sin embargo, la investigación realizada por Steele y sus colegas (Steele y Lui, 1983; Steele, 1988) indica que la disonancia puede también reducirse a través de tácticas indirectas —aquellas que dejan intacta la discrepancia básica entre las actitudes y la conducta pero reducen los sentimientos negativos desagradables generados por la disonancia. De acuerdo con Steele (1988), es más probable que ocurra la adopción de rutas indirectas para reducir la disonancia cuando se trata de discrepancias en actitudes importantes o creencias sobre uno mismo. Bajo estas condiciones, Steele sugiere (por ejemplo, Steele, Spencer y Lynch, 1993) que los individuos que experimentan disonancia pueden centrarse, no tanto en reducir la discrepancia entre sus actitudes y su conducta, como en la autoafirmación —restaurar las autoevaluaciones positivas que se encuentran amenazadas por la disonancia (Elliot y Devine, 1994; Tesser, Martín y Cornell, 1996)—. ¿Cómo pueden conseguir esta meta? Centrándose en sus propios atributos positivos —cosas buenas acerca de ellos mismos (por ejemplo, Steele, 1988)—. Por ejemplo, cuando experimenté disonancia como resultado de decir cosas buenas acerca del nuevo coche de mi vecino (aunque pensara realmente lo contrario), yo pude haber recordado que pocos días atrás había hablado en contra de dicho vehículo en una fiesta o que había actuado como voluntario para nuestra estación de televisión pública local la semana anterior. Contemplar estas acciones positivas podrían ayudarme a reducir el desagrado producido por mi manera de actuar inconsistente con mis actitudes pro-ambientales. Sin embargo, otra investigación sugiere que implicarse en autoafirmaciones puede no ser necesario para reducir la disonancia a través de una vía indirecta. De hecho, casi cualquier cosa que hagamos que disminuya el desagrado y el sentimiento negativo generado por la disonancia puede algunas veces resultar efectivo en este sentido —todo desde consumir alcohol (por ejemplo, Steele, Southwick y Critchlow, 1981) hasta implicarse en actividades recreativas que aparten nuestra mente de la disonancia (por ejemplo, Zanna y Aziza, 1976) o en expresiones simples de sentimientos positivos (Cooper, Fazio y Rhodewalt, 1978). "Video"
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